Por Eduardo González Viaña
José Ramos, ser maestro en el Perú
Si quiere estudiar, una niña de Pakistán debe arriesgarse a caminar hacia la escuela seguida por miradas de odio y puede recibir un balazo en el cuello.
Para poder enseñar, un maestro del Perú se condena a un sueldo mínimo para toda la vida.
En Estados Unidos, el sueldo de un miembro del Legislativo equivale a cuatro veces el de un maestro. En el Perú, un congresista recibe por lo menos el salario de 35 profesores. ¿Será tan inmensa la cultura de los “padres de la patria” como su equivalencia en salarios de maestros?
Los maestros del Perú son señalados por las autoridades y por una prensa casi monocorde como los culpables de que la educación alcance solamente niveles mediocres. Se les responsabiliza por el bajo rendimiento de los escolares, y se olvida a los niños que llegan a clase en ayunas, o a los que se acostaron son hambre la noche anterior.
Las últimas administraciones se han preciado de un crecimiento económico sin precedentes, -un boom peruano- en los años de la aplicación más rígida del neoliberalismo, pero la pobreza no desciende de la misma forma, y la inversión en el sector educativo es sumamente inferior al que la Unesco recomienda.
He recordado todos estos indicadores en Navidad porque ese día falleció el maestro José Ramos Bosmediano.
Nos conocimos en la Universidad de Trujillo. Pepe estudiaba Educación en las especialidades de Filosofía y Ciencias Sociales. Me acuerdo de que escribía sin cesar sobre los pensadores griegos. Más tarde se interesó en la dialéctica. Desde entonces, no importa cuáles fueran los avatares de su vida y de sus luchas, sus textos siguieron fluyendo sin interrupción.
En 1972, concurrió a la organización del sindicato unitario de trabajadores de la educación peruana (Sutep). Esa organización reclamó desde un comienzo un sueldo básico para todos los maestros, su estabilidad laboral, el derecho a la organización sindical y a la huelga y, sobre todo, la función de proponer políticas para cambiar el caduco sistema educativo.
Secretario general del Sutep por dos periodos, Ramos impulsó las luchas de esa organización hacia la alianza con los sectores explotados del país y hacia un combate resuelto contra cualquier dictadura.
Como todos los dirigentes e integrantes del Sutep, fue echado de su trabajo o perseguido por sus ideas todas las veces en que se satanizó al Sutep, o sea todo el tiempo. Sin embargo, nada de eso lo arredró. Con su esposa que también es maestra criaron tres hijos, que ahora son profesionales.
José Ramos proclamó siempre su condición de miembro del Partido Comunista, y eso en el Perú significa a ser calificado de antisocial o señalado como un permanente sospechoso.
Aunque nunca he pertenecido a las filas de ese sector, admiro la valentía de estos luchadores sociales. Dos de los peruanos más ilustres del siglo XX pertenecieron al mismo partido de José Ramos Bosmediano, y fueron César Vallejo y José Carlos Mariátegui.
Hace pocas semanas lo llamé por teléfono. Le aconseje que reuniera sus ensayos y que publicara un libro. Me respondió que una vez que pasaran sus “pequeños problemas”, se dedicaría a ello.
Los sectores más poderosos y egoístas acusan a los comunistas de ser anticristianos. Creo que tanto ellos como cualquiera de los luchadores sociales, con o sin partido, han llegado a esa tarea por amor a las promesas del humilde maestro de Galilea.
Mi amigo Pepe ha fallecido la mañana del 24 diciembre. Hasta en su muerte ha apostado por esta fiesta del renacimiento que pertenece a todas las religiones y a todos, a esta milagrosa porfía de la condición humana. La lucha continúa.
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